

Murió Lalo Schifrin. El legendario compositor argentino falleció el 26 de junio de 2025 en Los Ángeles, a los 93 años, por complicaciones derivadas de una neumonía. Su nombre quedará para siempre asociado al tema de Misión: Imposible, una de las melodías más icónicas de la historia de la televisión. Pero su legado es mucho más vasto: más de cien bandas sonoras, colaboraciones con estrellas del jazz, y un estilo propio que cruzó géneros, continentes y generaciones.
Nacido en Buenos Aires en 1932, Boris Claudio Schifrin creció en un hogar atravesado por la música. Su padre, Luis Schifrin, fue concertino del Teatro Colón. Lalo estudió piano con Enrique Barenboim (padre de Daniel) y luego se perfeccionó en el Conservatorio de París, donde por las noches tocaba jazz en clubes mientras absorbía la tradición europea.
Su consagración llegó en Estados Unidos. Entre 1960 y 1962 trabajó con Dizzy Gillespie, quien lo convocó para escribir Gillespiana, una suite donde ya asomaban su amor por el ritmo, los metales afilados y las estructuras expansivas. Poco después se instaló en Hollywood, donde se convertiría en uno de los compositores más requeridos de la industria audiovisual.
Bullitt, Harry el sucio, El planeta de los simios, Operación Dragón, Mannix, Starsky & Hutch, Amityville, Rush Hour: la lista es tan larga como ecléctica. Schifrin tenía una fórmula inimitable: jazz orquestal con groove, armonías sofisticadas, y una habilidad para generar tensión sin recurrir a lo obvio. En Misión: Imposible, su elección de un compás 5/4 y la obsesiva repetición del motivo lograron un sello sonoro que aún hoy suena contemporáneo.
Fue nominado seis veces al Oscar, ganó cuatro Grammys, y recibió en 2018 un Oscar honorífico de manos de Clint Eastwood, con quien trabajó en varios films. También escribió obras sinfónicas y dirigió orquestas en todo el mundo, incluyendo la Filarmónica de Londres y la Sinfónica de Viena. En 2025, meses antes de su muerte, su sinfonía Viva la Libertad, escrita junto a Rod Schejtman, se estrenó en el Teatro Colón.
Pese a vivir desde hace décadas en Beverly Hills, nunca dejó de considerarse argentino. “Mi corazón está en Buenos Aires, aunque mi oficina esté en Hollywood”, decía. Ese corazón, rítmico y preciso como un metrónomo, se apagó. Pero su música seguirá pulsando.