

Las recientes declaraciones realizadas por la diputada Amalia Granata sobre el cuerpo de su hija Uma Fabbiani en el marco de su fiesta de 15 despertaron polémica y un fuerte rechazo. Bajo los parámetros de la belleza hegemónica, Granata deslizó que por la altura y contextura corporal de Uma había costado seleccionar el vestido ideal para su fiesta.
Al mismo tiempo, dijo que por ser de “piel morena” no cualquier color "le quedaba bien". Estos dichos ya no pasan desapercibidos ni resultan inocentes, sobre todo, cuando son expuestos por personas públicas en medios de comunicación masivos.
Un dato: Argentina es el segundo país en el mundo con más casos de anorexia y bulimia, dos de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA) más frecuentes.
Como dice Julieta Fantini, psicoanalista con perspectiva de género, resulta gordofóbico opinar del cuerpo de tu hija diciéndole públicamente que es 'particular' por lo grandota y alta que es, y lo “complejo” que por eso resulta conseguir vestimenta adecuada. Lo complejo es que no hay talles, no su cuerpo. “Todos los cuerpos son válidos y deberían vestirse según lo que desee cada persona”, refuerza.
Asimismo, para Fantini, estos dichos están encuadrados en un contexto machista ya que se naturaliza opinar sobre el cuerpo de niñas, adolescentes y mujeres adultas señalando como deben verse, vestirse y cómo debería ser su peso. “Opinar sobre el cuerpo ajeno, ya sea por su tamaño o por su color es violencia estética y por lo tanto, violencia machista”.
Si bien los estereotipos de belleza femenino vienen siendo revisados y cuestionados todavía siguen operando con fuerza y de manera cotidiana en las elecciones y decisiones de niñas, adolescentes y mujeres adultas perjudicando su salud física y mental.
Según datos de Fundación Bellamente, de cada 10 casos de trastorno de la conducta alimentaria (TCA), 9 son mujeres y solo 1 es hombre, por lo que ser mujer implica claramente un mayor riesgo de padecerlo.
En diálogo con Agustina Murcho, nutricionista especializada en TCA, destaca a NA los 5 parámetros básicos que se recomienda tener en cuenta sobre los TCA para poder intervenir a tiempo.
Los trastornos alimentarios o TCA son alteraciones de la conducta alimentaria que tienen que ver con cuestiones emocionales y tienen un origen neuropsicológico. Por lo general, se empiezan a desarrollar a partir de una dieta, una restricción, aunque no todas las personas que empiezan una dieta desarrollan un trastorno alimentario: Hay un montón de factores que pueden provocarlos.
Para reconocerlos es muy útil la imagen de un ‘iceberg’: al principio solo ves la punta que sale a la superficie, pero el tamaño de ese iceberg, lo que lo sostiene, no se ve. En un trastorno alimentario se ve el síntoma, es decir la conducta que la persona tiene con respecto a los alimentos, una conducta que no es sana. Lo que está por debajo, son el o los múltiples factores que lo provocan y hacen a la persona más propensa a padecerlo: traumas no resueltos, problemas para relacionarse, dificultad para resolver problemas, puede haber habido abusos, conflictos familiares, bullying, baja autoestima. También puede haber un desorden neurobiológico.
Si bien hay algunos más comunes que otros, es decir, que suceden con mayor frecuencia como ocurre con la anorexia nerviosa y la bulimia, el resto de ellos son igual de peligrosos para la salud y deben ser tratados con el mismo grado de urgencia.
Los TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria) si bien son multifactoriales, empiezan con una dieta de hambre o restrictiva. No es que cualquier persona que empieza una dieta lo desarrollara, pero si la persona que cumple con los factores empezará a obsesionarse cada vez más, a querer bajar cada vez más y, muchas veces, puede derivar en una anorexia o una bulimia, cuando hay atracones y métodos compensatorios, o un trastorno por atracón, o el trastorno que sea.
Entre las pautas de alarma para detectar un TCA en los menores de la familia, hay que tener en cuenta si ponen excusas para no comer y dicen “ya comí en lo de una amiga”, si come y enseguida va al baño en forma recurrente, si tiene distorsión de la imagen corporal y vive diciendo que está gordo/a y no es así, si se pasa muchas horas en el gimnasio o si empieza a dejar de comer o restringir ciertos alimentos. Frente a estas actitudes, debemos sentarnos a charlar sin confrontar, ofrecer un espacio de diálogo sin forzar y evitar hacer referencias al cuerpo o al peso.
Como madres y padres es muy difícil poder registrar todo lo que hacen los hijos en las redes sociales, sin embargo se puede empezar por hablar en las casas, tratar de no hacer comentarios relacionados al cuerpo del otro, darle confianza a los hijos para hablar si sienten algún problema con ellos mismos, con su autoestima, no hablar de hacer dietas, no hablar de peso. Esto es lo que se puede hacer, educar desde la casa.
Siempre debe tratarse con un equipo de profesionales capacitados en TCA. Se recomienda que sea interdisciplinario con nutricionista, psicólogo, psiquiatra y médico. Según cada caso, el tratamiento es distinto: Puede ser ambulatorio, hospital de día, domiciliario, internación clínica o psiquiátrica.
Básicamente, con educación alimentaria y con la oportuna revisión por parte de los y las nutricionistas en el tipo de consejo que brindan actualmente a sus pacientes para evitar reproducir falsos mitos. No solo los influencers muchas veces dan consejos con falta de aval científico. También los profesionales de la salud no tienen en cuenta aspectos fundamentales, como puede ser el hambre emocional o el placer que provoca comer ciertos alimentos asociados a recuerdos. En cambio, solo toman la parte nutricional dejando afuera otra área tan importante como aquella, que es la salud mental y su relación con el alimento.
Como explicó Murcho, si bien es cierto que no cualquier persona puede desarrollar un TCA ya que la causa es multifactorial, las bases de la cultura machista que sigue operando y presionando en los modelos a seguir deben continuar siendo revisada y rechazada. Y una premisa que ya no deberíamos volver a dejar de lado: Sobre el cuerpo ajeno no se opina.